lunes, 29 de abril de 2013

-


Él no estaba en la puerta. No estaba apoyado en el marco como le solía gustar hacer mientras miraba, divertido, el desorden que ella creaba entre un mar de medias, todas rotas, tratando de encontrar un par que no le hiciesen parecer una fulana. <<Me da igual lo que puedan pensar pero es que es de mal gusto. >> Aseguraba. Él no estaba tampoco detrás de la puerta, en la habitación de al lado, ni en la cocina o perezoso en el sofá esperando a que ella llegara a desenmascararle el suelo a empujones y saltos aliñados con algún que otro beso de esos que siempre acababan en mordisco. Él no estaba en el teléfono, esperando entre el vaivén del ‘comunicando’, aguardando una respuesta y dirigiendo miradas al cielo aferrándose a una esperanza que no tenía: ella no cogía el fijo jamás. Él no estaba en el jardín, la maleza hace tiempo avanzó acabando con los lirios que ella le había regalado en San Valentín con su pequeña broma de cambiar los roles cada vez que sentía que la presión social marcaba las teclas de su vida y no ella. Él no estaba afuera, en uno de esos paseos que duraban hasta que anocheciera y que ella aprovechaba para escuchar rock and roll dulce de los sesenta, a todo volumen y con las ventanas abiertas. Él no estaba en la ventana, golpeteando de forma continua y pesada en una de esas rabietas que ambos sabían que en realidad ninguno empezaba y que al final siempre acababan aplastadas en algún rincón entre el colchón y la almohada. Él no estaba en el coche impacientándose, ni entre los Lorca del salón. No estaba en su estudio sobre un charco de ideas sudadas para un nuevo proyecto, ni en el balcón jugando a no ver las nubes. Él no estaba, sencillamente Él No Estaba.